Es el organista de la catedral y es un genio. La música invade su cuerpo y tiene que salir a borbotones, hasta vaciarse, en eternos conciertos para así dejar sitio para nuevas notas. Su cerebro está lleno de música. Y sus riñones. Y su páncreas. Y su corazón.
Todo él. Disfruta improvisando. Puede improvisar al piano durante horas si tiene imágenes delante. Navega entre los matices de la imagen mezclando los ritmos en su música como sólo lo puede hacer un genio. No lo escribe. Cada vez que lo escuchas es la primera y la última. El arte efímero. El verdadero arte. Pasa días enteros delante de su piano de cola pensando música. Su casa también es música. Hay ratos en su vida que no hace música y entonces cuenta. Cuenta las galletas del desayuno, para dividirlas exactamente entre los días del mes. Cuenta las cucharillas de uso diario para no mezclarlas con las cucharillas totales. Cuenta los centímetros que cuelga el edredón a cada uno de los lados de la cama. Cuenta los grados de desviación que tienen las rejillas de ventilación de su potente deportivo plateado. A veces calla y se ausenta para hacer un recuento de lo que le resta de contar.
Cuando ni cuenta ni piensa música lee el Antiguo Testamento, se deleita con las listas genealógicas interminables, en las que siempre se espera encontrar él en alguna, le pone música en su cabeza a las batallas fraticidas acompañadas de fenómenos inexplicables de la naturaleza, suenan sonidos agudos que le hacen abrir los ojos enormes cuando lee que alguien es pasado a cuchillo, se asusta como un niño ante los castigos terribles de la divinidad.
Pero un día el genio comprendió que no podía seguir contando.
Prácticamente había contado todo lo que rodeaba su vida, su casa, su trabajo, el parque, las subidas y bajadas de sus vecinos los lunes que eran diferentes de los martes, las de sus compañeros de trabajo... barajó la posibilidad de cambiar de número de cucharillas de uso diario para sacar un nuevo porcentaje sobre la cucharillas totales, también pensó en cambiar el número de colas "zero" que se tomaba por hora, creyó encontrar la solución si cambiaba de marca de galletas, que tuviesen distinto número de unidades y así podría sacar distintos porcentajes cada semana, contó y contó las posibilidades de cambio que eran posibles y comprobó que era imposible que cambiase nada. No podía.
Atendió a todos los consejos recibidos por su madre, sus hermanas, sus compañeros de trabajo y por fin decidió acudir al psiquiatra.
El psiquiatra, un hombre fino y acostumbrado a este tipo de cuentas le aconsejó un arsenal terapéutico compuesto de media docena de tipos de pastillas, de distintos colores y tamaños, de las cuales debía tomar distinto número cada 8 horas de cada día, lo que abría un campo de cuenta importante durante por lo menos 2 semanas y mientras tanto obligar al paciente a cambiar un hábito, solo uno, de su vida.
Sabiendo de la incapacidad del paciente de decidir que debería cambiar, el doctor lo hizo por él: le prohibió leer durante una semana el Antiguo Testamento, a cambio de ver una película de cine.
Decidió acudir a un video-club un poco alejado de su casa, ya que no le gustaba que nadie pudiera saber de él más de lo absolutamente imprescindible y decidió llevar 6 peliculas, una para cada día de la semana, ya que el domingo, dijera lo que dijera ese mediquillo de tres al cuarto, él iba a leer el antiguo testamento. Hasta ahí podíamos llegar!
Pensó el criterio que iba a seguir en la elección y decidió que si solo El día del señor iba a leer El antiguo testamento, una forma de tener presente todos los días a Él era elegir películas que empezasen por El, así sabría Él que no dejaba de honrarle a diario.
Y eligió.
- Primer día: El juramento. De Sean Penn.
- Segundo día: El coleccionista de amantes . De Gay Fielder.
- Tercer día: El perfume. De Tom Tykwer.
- Cuarto día: El silencio de los corderos. De Jonathan Demme .
- Quinto día: El viaje de Felicia . De Atom Egovan.
- Sexto día: El juego de Ripley. De Liliana Cavani.
- Séptimo día : Leyó en el antiguo testamento la entrada en Jericó .
Cuando me contaba cada una de las secuencias de las películas que habia visto sentí en su mirada que su interruptor había cambiado. Veía como temblaba de emoción al deleitarse en los detalles de la pasión que movía a los protagonistas y que hacía que éstos... coleccionasen muertes.
miércoles, 16 de septiembre de 2009
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¿Has tenido problemas con comentarios groseros y por eso pones lo de la moderación?
ResponderEliminarLa verdad es que gusta más que el comentario aparezca en seguida, pero tampoco pasa nada si uno tiene que esperar
hola elquebusca
ResponderEliminarNo tenia ni idea de que tenia moderados los comentarios. Lo acabo de cambiar. Muchas gracias por escribirme.