Llovía tanto que sus enormes botas de goma estaban llenas de agua. Las llevaba incómodas, ya le había avisado el dependiente de la zapatería , que esas botas eran demasiado altas para una persona tan pequeña, que le rozarían las corvas al andar y que además le quedaban grandes. ¡Maldito dependiente agorero!.
Subió al autobús con un ¡ay! ¡era tan alta la escalera y tenia tan rozadas las corvas!.- Hola morena!, le saludó amablemente el conocido conductor, hoy llueve mucho.
¡Jolín que si llovía!, aunque para ella era una disculpa estupenda para coger el autobús y evitarse andar los 800 metros que le separaban del convento. No le gusta andar y por eso le da igual como le queden los zapatos.
-Hoy va a ser el día, pensaba la cocinera mientras el conductor se detenía delante de un enorme charco dudando si la vieja delco del autobús resistiría una mojadura más, hoy va a ser el día en que les diga a las monjas que necesito más tiempo, que necesito mas horas para pelar todas todas las nueces de sus dulces, para poder moler toda su canela, para poder amasar toda la harina para sus bizcochos, que si, que soy lenta que ya lo sé pero soy fiel y ellas lo saben, que las cantidades de azúcar son las justas, que no me paso ni un pelo en la cantidad de anís, que si duran tanto las cosas es que pongo mucho cuidado en medirlo todo ¡y eso lleva mucho tiempo jopé!
- Creo que no vamos a poder llegar a tiempo, anunció el conductor al pasaje mientras el charco iba tomando proporciones oceánicas y los niños lo aprovechaban como piscina improvisada.
- Pues mejor, pensó la cocinera y mejor si no llegamos.