Le gusta estar en el Camino. En el francés. En el aragonés. En el de la plata. En el de la costa. Lo ha empezado cienes y cienes de veces, lo ha recorrido metro a metro, albergue a albergue, compañía a compañías hasta mil veces, de pensamiento, de palabra, de obra y de omisión.
Le gusta caminar sumergiéndose en su propio interior viéndose su cara.
La primera vez que lo hizo salía de una historia triste y larga de desamor, salió lastrado de soledad y de culpa, pensó en el Camino como una purga a sus pecados, si acaso los tuviere y como una apertura hacia alguna energía que insuflase gasolina a su inyector.
Se intuye su alma de tango, le gustan las historias de amor desgarrado, disfruta de la conversación con existencialistas fracasados bebiendo Don Simón al lado del río. Quiere compartir con ellos un poco de la miseria vivida que al compartirla es menos mísera porque es común. Quiere compartir con ellos esa alegría del desafío, de correr el peligro de vivir, de hacer de la vida una experiencia.
Se considera un archipiélago, un conjunto de islas individuales unidas por lo que las separa.
Ahora es hospitalero. Le gusta buscar y además estar.
Total, que me fui al albergue, me sobrepuse a la plaga de chinches que imaginaba y me fui a ver románico y a sentirme hospitalera consorte. El románico precioso, la compañía excepcional, el pueblo sin alma.
Los caminantes, caminantes. Grupos formados por un japonés, un alemán, un italiano y un valenciano. Parece un chiste de Eugenio, pero no. Poco inglés, el japonés ya había aprendido a decir en castellano “si” y “cerveza”. Tampoco parecía importarles mucho la conversación sublime, se entendían con la mirada y además eran amigos de toda la vida de esa semana. El alemán sin acostumbrarse a decir “vosotros”, ni “coger” porque había aprendido español en Argentina, de donde le quedó el idioma y el latin lover. Delicioso. Cada vez que tenia que apuntar el número de pasaporte en el libro de peregrinos, preguntaba con voz inocente y mirada azul: “¿no prefierrres el número de mi móvil?"
El hospitalero exquisito.
Capaz de curar una a una cada una de las picaduras abultadas y rojas de tanto arrascadas, de una mujer sola. Cuanto de sola. Con un tremendo conflicto de rol: sin saber si ser tonta o parecerlo, si ser desvalida o parecerlo, si vivir o solo parecerlo..... No podrá, esta vez, terminar en Santiago, demasiado enferma de soledad.
También capaz de interesarse por las necesidades de cada uno. Capaz de crear un ambiente íntimo en el que surgen, al calor de la cena y la esperanza del descanso, los deseos y las necesidades con facilidad. El cura responsable del albergue, joven y con inmaculado alzacuellos reza a Santa Maria del Puño Prieto para que vuelva el hospitalero cada día, calcula que con 40 días más de semejante recaudación podrá comprar no sé qué artilugio electrónico para encandilar a ese grupito de jóvenes que se han alejado algunos metros de la iglesia.
Y el hospitalero sigue estando y buscando, cada día, no busca a un otro similar a él, busca encontrase con alguien otro de verdad, alguien otro con quien iniciar un itinerario hacia alguna cosa distinta.
Mucha suerte, hospitalero. No pierdas la alegría del disfrute.
Gracias por tu hospitalidad
miércoles, 20 de enero de 2010
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...no era Don Simón, sino un Viña Izadi crianza del 96. Que los existencialistas fracasados, en su miseria, mantienen un mínimo de gusto. Y el buen vino ayuda, por breves momentos, a bailar con los Dioses.
ResponderEliminarNunca sabes en que revuelta del embarrado camino
vas a encontrar una flor.
El Hospitalero.
Sentía que allí, en aquel pueblo sin vida ni alma, debía terminar mi peregrinar por el Camino Aragonés. Había varias razones, ninguna de ellas válida por separado y que en su conjunto tampoco valían gran cosa. La rodilla me dolía de una forma inexplicable: había entrado a la ducha perfectamente y había salido cojeando. Era viernes y el lunes siguiente comenzaba de nuevo a trabajar, por lo que me daba exactamente igual volverme desde aquel pueblo perdido que volver desde aquel otro, mas grande pero igualmente perdido, en que había fijado el final de mi trayecto. Por último, el cura responsable del albergue, joven y aún con ganas de cambiar el mundo, necesitaba un hospitalero. A la noche consulté con la almohada y ésta, siempre tan sabia, me sugirió que me quedase.
ResponderEliminarEl Camino había sido magnífico, quizás más misterioso que en otras ocasiones. La compañía de monsieur Amorós había supuesto un cambio en mi percepción de los gavachos. Aquel peregrino francés que llevaba nueve meses caminando, fontanero de profesión, psicoterapeuta y practicante de reiki por afición y que se buscaba la vida trabajando en el camino ora de fonta, ora de jardinero, ora de lo que sea, había accedido a ser mi maestro de reiki y lo que se terciase mientras durase nuestro común deambular.
Me hizo un reiki. Allí, en el albergue de aquel pueblo fantasma. Aún no lo sabía, pero el diagnóstico según la doctora era una fascitis plantar. Monsieur Amorós encendió velas, sujetó mi pié entre sus grandes manos y murmuró sus ininteligibles plegarias mientras movía su cabeza y mi pié en una danza ritual sacada directamente, creo yo, del mismísimo infierno. Sentí, ¿sugestión?, ¿imaginación?, como el dolor se iba trasladando desde mi pié hacia sus manos. Cuando terminó su ritual, yo, escéptico, me levanté. Increíble. Magia. Donde antes había un dolor intenso solo quedaba una leve molestia.
Decidí volver al albergue el siguiente fin de semana, ya que aún seguían sin hospitalero titular. Esta vez y con la excusa del románico, invité a la Sra. Blunm. Para mi sorpresa, accedió.
Me quedé sorprendido cuando bajó del autobús y comenzó a cruzar la calle. Absolutamente impresionado en cómo una cosa tan pequeña puede llenar tanto espacio. Los vaqueros, de fantasía. La sonrisa, de oreja a oreja. El palestino, de cine. El abrazo, de oso. El perfume, embriagador.
Compartimos paseos, románico, pintura, ensalada, peregrinos y charla. No hubo conversaciones ni confidencias profundas ya que ambos venimos currados de la vida y calzamos una gruesa armadura para evitar los batacazos, que más vale quedarse soñando con las estrellas que quedarse estrellado.
Aunque ya la conocía en mi propia persona, me impresionó su dulzura a la hora de atender las dolencias psico-físicas de los peregrinos que aquel día estaban en mi albergue. Lástima que no pueda proporcionar recetas de mandingo. Le hubiese venido muy bien a aquella peregrina aquejada de soledad y tristeza infinita.
Ayer entré en su blog y me enteré de la noticia. Frau Blunm ya no está con nosotros. Descanse en paz. Pasé un buen rato con sus pensamientos. Es una pena que haya pasado a mejor vida ya que tenía un fino, a veces mordaz, sentido del humor, amplitud de miras y profundidad de ideas. Vamos, que estaba como una cabra. Me hubiese gustado pasar algún ratillo más con ella. Prometía.
De todas sus pensamientos, me quedo con aquel de la lista de Schindler (aunque no sepa que diablos de relación hay entre el Sr. Schlindler y el pensamiento)
Frau Blunm se nos ha ido. Pero nos viene Isabella Carrani di Napoli.
Benvenuta, signorina Carrani!
Mile grace per condividere e BUONO PERCORSO!
No me quitaré los vaqueros, así me aspen. Y una pena el viña izadi, quedaba tan literario el Don Simón....
ResponderEliminarhola hospitalero,las margaritas son flor, blancas amarillas y verdes, a mi me gustan. las amapolas tambien son flor,rojas negras y verdes, tambien me gustan. hospitalero te voy a contar un detalle, las margaritas son menos altas que las amapolas, no eres flor,a mi no me gustas. un beso.
ResponderEliminarNo soy flor. Tampoco quiero gustarte, Sr@ Anónim@. El beso, si. Ese me gusta y ese me lo quedo. Las flores, también.
ResponderEliminarUn abrazo de oso cavernario.
Creo que esta vez te confundes Anónimo. Quizá te pueda no gustar, pero eso no significa que no sea bello, o que no sea flor o que no sea lo que él quiera. No proyectes, anda, y menos a estas horas y sin dormir.
ResponderEliminarY a ti Hospitalero, no le hagas ni caso. Intuyo que la sombra de los Carrani de Napoli, además de morena y pasional, es alargada y llega hasta aquí, quizá sea un karma.
Un viernes a esas horas casi imposible que le guste nadie
a estas horas las flores despiertan, se duchan, se visten, desayunan y van a su trabajo, a ser flor, y a mi me gusta y a ellas tambien, y todo es bonito.
ResponderEliminarJajaajajaja
ResponderEliminarTodo es bonito, si, Sr. Anónimo. Casi todo depende de la mirada de quien mira. Incluso las flores de madrugada, incluso después de cualquier madrugada. De esa madrugada reparadora, durmiendo placidamente desde las 10 de la noche y con el alma en paz o dormida, que habrá de todo. Incluso después de esa madrugada cansada e insomne por soportar el alma rota de escepticismo, de tabaco y cerveza o de crear ilusionadamente, que habrá de todo. Incluso después de esa madrugada tierna, acompañada y tibia, después de una noche de sexo enamorado o de sexo duro, que habrá de todo. Incluso después de esa madrugada que no existe ¿o si? ¿Habrá de todo?
Cada uno con lo suyo. Con lo que puede. No siempre con lo que debe…tampoco se si afortunadamente. (ostia, no se nada).
Me pone en un aprieto Sr. Anónimo. Y creo que usted lo sabe y disfruta. No se si quedarme con una flor duchada y laboriosa o con el escolta de la familia Carrani vestido de ese gris que no sabría decirse si es negro depende desde donde mires, corbata de seda negra, gafas más negras si fuera posible, todo de marca-marca of course, mirando desde tan arriba, con una mirada infinitamente penetrante si la permitiese ver, aproximándose sin tocar, moviendo lentamente la cabeza y diciendo:
-No me gustas tío…no me gustas nada.
Que también tiene su aquel…sobre todo en la parte que me toca.
Es todo tan italiano….
Todo Napoli.
Para mí.